Me doy cuenta del pasar de los días y me asombra. Que sensación tan placentera esa de ver el tiempo frente a mis ojos, ahora sin perturbarme. Es lindo tener tanto tiempo para mí, para mis libros, para mis quejas diarias y para mis reproches a mí. Ayer por ejemplo, otra vez acostada en esa cama que conoce nuestra historia, me gustó estar sola. Ahí ella y yo, esa almohada...la del relleno de plumas de ganso que me da alergía, pero que nomás no cambio. A ese pedazo de tela rellena le he comenzado a encontrar sabor...así como un lugar en mi vacío. A veces la pongo entre mis piernas, mientras me aferro a esa cobija de estrellas sobre mi cama. Otros días la abrazo simplemente y reposo mi alma en ella, lloro en ella, leo recostada ahí. Se ha vuelto la testigo de mis sueños, de mis preocupaciones, ilusiones y desilusiones. Le da un sabor a esta vida mía, la de hoy, no la de ayer. Siento que me mira y ríe conmigo, se burla de mí, de mis contradicciones, de mis pasos en este hoy. Y es que llego a ella con un montón de aventuras tontas del día. Que si leí un letrero ridículo que decía: Por higiene no escupir. O que si me topé con unos libros irreverentes de la editorial esa española, la del garbanzo negro. Ah que títulos tan graciosos, eso de No la chupo, No la Chupo, porque tengo la boca chiquita o el manual de como perder a un hombre en 10 días. Es gracioso...ésta almohada se ríe conmigo, de verdad que sí. Así estoy estos días, disfrutando este saborcito. Yo conmigo y él sin mí.
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